28 DE OCTUBRE 2021 • 5
Doctora embarazada contrata COVID y decide
Soy doctora desde
hace casi 20 años. Trabajando
como médico
del dolor, he escuchado
miles de historias de
dolor y sufrimiento.
He luchado contra la
burocracia, las leyes
atrasadas y los protocolos
tediosos en nombre
de los veteranos,
las víctimas de la violencia
y el trauma, las
víctimas de violación,
los sobrevivientes de
abuso doméstico, los
discapacitados, los medicamente
frágiles, los
refugiados y las personas
sin hogar, pero toda
mi vida ha cambiado en
el último año; Por un tiempo,
perdí todo lo que
me importaba. Cuando
se produjo la cuarentena
en marzo de 2020,
la guardería de mi hija
cerró. Tuve que decidir
si quedarme en casa
con mi niña pequeña o
mantener mi práctica
abierta y ayudar a mis
pacientes. Si no trataba
a mis pacientes, tendrían
que ir a la sala
de emergencias, lo que
habría sido una sentencia
de muerte para ellos.
Muchos de mis pacientes
luchan contra
el cáncer, el VIH y otros
problemas médicos importantes.
Así que envié
a mi hija, a quien
amo, al norte del estado
a vivir con mis padres.
Pensé que estaría fuera
durante dos largas semanas.
No la volví a ver
en 8 meses.
Mi práctica acumuló
rapidamente deudas
mientras la Ciudad nos
ignoraba, brindando
ayuda sólo a las instalaciones
que tratan a los
pacientes con COVID,
como si los pacientes
con otros problemas
médicos no existieran.
Ni siquiera pudimos
obtener mascarillas
o guantes de nuestros
proveedores. Tuve que
utilizar mis ahorros de
vida para financiar mi
práctica privada para
poder brindar atención
a mis pacientes.
Perdí una fortuna pero
pensé que valía la pena
ayudar a nuestra ciudad.
Les pedí a mis empleados,
a mis amigos,
que volvieran a trabajar
conmigo. Todos arriesgamos
nuestra seguridad
en el metro con
el crimen y el COVID
en aumento. Mientras
tanto, la ciudad lanzó
una inspección sorpresa
en mi práctica.
No hubo violaciones.
Sin embargo, me sorprendió
que en lugar
de preguntarnos cómo
podían ayudarnos,
mientras teníamos poco
personal y luchábamos
por conseguir suministros
médicos, la Ciudad
trató de aprovecharse
multándonos.
Cuando mi niña regresó
con nosotros, yo
tenía 8 meses de embarazo
y me estaba
preparando para una
cesárea programada.
Tuve preeclampsia en
mi primer parto. Esta
vez, mi familia estaba
infectada con el virus
COVID-19. Debido a
esto, tuve que saltarme
las últimas semanas de
visitas de obstetricia
porque estábamos todos
aislados.
Entonces, un día,
llamé al 911 porque mi
esposo tenía alucinaciones
por la falta de
oxígeno. Fue hospitalizado
y se le administró
oxígeno nasal de alto
flujo. Pensé que se iba
a morir. Poco después,
cuando me faltaba el
aire y experimentaba
contracciones, pensé
que mi bebé por nacer y
yo moriríamos. Estaba
preocupada por mi niña
pequeña. Esto fue antes
de que la vacuna estuviera
disponible. No
podía dejarla con nadie
más porque ella también
estaba infectada
con el COVID. Cuando
le pedí ayuda a la Ciudad,
me dijeron que
si no podía mantener
un ambiente “seguro”
para mi hija, la Ciudad
me la quitaría. Me
hizo cuestionar todo el
propósito del gobierno.
¿Estaban ahí para ayudarnos
o para hacernos
las cosas más difíciles?
Esto fue muy desalentador.
Me di cuenta de
que tendría que encontrar
una solución por
mi cuenta. En última
instancia, deambulé
por el perímetro de un
enorme complejo hospitalario
en trabajo de
parto activo, sin aliento
a causa del COVID, en
el frío helado del invierno,
completamente
sola. Milagrosamente,
mi bebé nació con anticuerpos
de COVID
e inmunidad al virus
mortal. Inmediatamente
nos trasladaron
a una habitación de aislamiento
que compartimos.
Y dentro de esa
habitación, reanudé las
visitas de telemedicina
pocas horas después de
mi cesárea porque comprendí
que todavía estábamos
en medio de una
crisis.
Sé que no soy la única
con estas experiencias.
Necesitamos un cambio
real de liderazgo
en nuestra ciudad. Así
que decidí postularme
como Defensor Público
de la Ciudad de Nueva
York.
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